El Buda Precavido de Kamakura

Kamakura es una ciudad costera rodeada de montañas por tres lados y por costa por el otro. Tiene una inmensa cantidad de zonas verdes, sobre todo cuando te vas acercando a los templos, y como en todas las zonas costeras, se respira una tranquilidad inusual en otro tipo de asentamientos. Todo es relajante, desde el sonido de las olas del mar, pasando por las vistas de las montañas que rodean la ciudad, hasta los carteles que rezan “en caso de tsunami corra en esta dirección”.

La zona es casi todo bosque, con los comercios concentrados en la línea de la costa y las estaciones de tren y las calles extendiéndose como venitas rodeadas de vegetación, con sus tejados en pendiente, sus cochecitos diminutos sin tubo de escape, y sus jardincitos rodeados de vallitas en las que es mejor no apoyarse porque en Japón todo es de papel de arroz. El océano se mezcla con el bosque y con la montaña y deja una sensación de paz en el alma muy apropiada para la situación, porque el bosque tiene una plaga terminal de templos.

Kamakura es un poco como Creedence Clearwater Revival: puede que creas que no, pero la conoces. Porque en uno de esos templos que infestan sus bosquecillos se encuentra una estatua que sale en todas las imágenes promocionales de turismo de Japón: El Gran Buda de Kamakura.

La estatua de bronce del Buda Amida, conocido como Gran Buda, mide 13,35 metros de alto y pesa alrededor de 93 toneladas. Originariamente estaba dentro de un templo, pero tras ser destruido – y reconstruido – dos veces por sendas tormentas, y una tercera vez por un tsunami, los habitantes debieron decidir que trabajar para nada era tontería y dejaron el Buda sin cubrir. La estatua lleva al fresco ya 520 años, y aunque no ha habido más tsunamis desde el de 1498, sí hubo un terremoto en 1923, que destruyó la base sobre la que se asienta – aunque esa sí fue reconstruida, porque un sitio cómodo para sentarse es importante aquí, en Japón y en Alfa Centauri -.

El gran Buda de Kamakura es una estatua de bronce de 13 metros y 93 toneladas, hueca, de más de 760 años de antiguedad, que ha sobrevivido a dos tormentas que destruyeron el templo a su alrededor, un tsunami, y el gran terremoto de Kanto.

Siempre y cuando no estemos en una película de Marvel, que esa estatua siga en pie tras pasar por todo esto es imposible. El Gran Buda debería ser conocido como el Buda Hecho Trocitos de Kamakura.

Pero no lo es.

Contra todo pronóstico y la mayoría de las leyes de la termodinámica, ahí sigue sentado meditando, impertérrito, y de una pieza.

Una puede imaginarse la cara de los habitantes de la ciudad, tras el tsunami que barrió el templo por última vez, al llegar al templo y ver que entre los árboles arrancados de cuajo y las ruinas de edificios se encontraba el Buda intacto, sus 93 toneladas de bronce tranquilitas en su sitio, como si no hubiera acabado de pasar una ola gigante por ahí destrozándolo todo. Como si cuando hubiera pasado el tsunami la estatua no hubiera estado allí.

¿Y si de veras no hubiera estado allí?

¿Y si el Gran Buda no es una estatua esculpida en bronce, sino un Gran Señor? ¿Un Buda gigantesco que se sentó a meditar en mitad del campo un día allá por el 1252, y se hundió en un zen tan profundo que ni los turistas metiéndosele dentro son capaces de perturbar? ¿Pero que no está dormido sino que es consciente de todo lo que sucede a su alrededor, como si existiera fuera de su cuerpo, así que si de pronto viera venir una ola del tamaño de una montaña o notara que el suelo temblase bajo él, como es budista pero no imbécil, decidiera interrumpir la meditación, levantarse e ir a buscar refugio en las montañas?

Sin duda le ayudaría el hecho de que por todos lados hay carteles indicando en qué dirección huir.

Eso explicaría por qué este es el Buda más famoso de Japón, siendo solo el segundo más grande después del Gran Buda que se encuentra en Nara. Tener un Gran Señor de Bronce meditando, dentro del que puedes meterte, y que se levanta y corre que se las pela en dirección contraria a la costa – incluso si lo hace solo una vez cada varios siglos – sí que es algo de lo que presumir.

 

 

 

 

 

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